23 de octubre de 2014

Y por las noches haremos lo de siempre...

En casa hay tres camas individuales, una por habitante. Sin embargo hace días que me estoy planteando comprar una doble para mi habitación, y no porque como reina de mi casa que soy, me merezca dormir espatarrada cual estrella de mar, no. Mi habitación, y en concreto mi pequeña cama, es un lugar concurrido cada noche.
Con precisión suiza, a eso de las dos de la madrugada, mi Niño Pequeño sale lloriqueando de la habitación que comparte con su hermano. Yo, habiendo detectado ya los primeros pucheros igual que la Superabuela captaba los gritos de auxilio, salgo a su encuentro y le vuelvo a meter en su cama. Se queda dormido de nuevo, pero al cabo de 10 minutos aparece en mi habitación y se acuesta a mi lado. Ahí se terminó mi descanso, porque paso el resto de la noche empujándole para que me deje sitio y un poco de edredón. Para más inri, recibo más patadas, puñetazos y cabezazos que en la primera fila de un concierto de Iron Maiden.
Hacia las 5 de la mañana, aparece el que faltaba, mi Niño Mayor, que también se apunta a compartir la cama. Así que dedico la poca energía que me queda para intentar dormir sin tirarles a ellos al suelo de un empujón, ni caerme yo mientras hago equilibrios manteniéndome en el borde del colchón. Para entonces, disponer de un poco de edredón es una utopía que ni me planteo. A veces consigo devolver al Niño Mayor a sus aposentos sin protestar, pero al otro ya no me lo despego ni con agua caliente.
Con estas noches toledanas que vengo sufriendo desde hace meses, ¿es de extrañar que por el día ande medio zombi, con unas ojeras dignas de un panda y con la paciencia más mermada que de costumbre?
Total, que he pensado que, ya que estoy condenada a pasar quién sabe cuánto tiempo compartiendo territorio, lo mejor será ampliarlo. Y si este plan de trasiego nocturno termina pronto, me quedaré con la recompensa de una cama en la que por fin voy a dormir como una reina. La reina de los lirones.



20 de octubre de 2014

£2 (El Complejo de Tío Gilito)

Los lectores más avispados - en realidad, cualquiera que eche un vistazo a la columna de la derecha - habrán observado que estoy recaudando fondos para comprar una Thermomix
No soy lo que se dice una persona constante: empiezo muchas cosas que no termino, las lociones y cremas me caducan por falta de uso y cuando tengo que tomar medicinas más vale que las ponga junto al estuche de las lentillas si quiero acordarme de ellas (de las medicinas, no de las lentillas. De estas últimas me acuerdo sin problema, porque sin ellas veo menos que una culebra). 
Pero si hay algo que me enciende el interruptor de la perseverancia, es ahorrar dinero en efectivo hasta que cumplo mis objetivos materiales. Durante ese tiempo rozo la obsesión por buscar y no gastar la moneda o las monedas que estoy guardando, desarrollo una especie de radar para detectarlas a mi alrededor, y cuando localizo su resplandor me lanzo a por ellas como una urraca.

Junto con algunas contribuciones generosas que he recibido, (¡muchas gracias!) espero poder hacerme con una Thermomix ahorrando monedas de dos libras que guardo con un celo que ya quisiera Gollum. (Mi tesooorooo...)

Algunas veces se han reído de mí por empeñarme en juntar monedinas, pero es el método más viejo y por ahora más efectivo que conozco. 
En su día compré una mini-cadena musical con la ayuda de una buena colección de monedas de 100 pesetas, y guardando las de 2 euros he pagado algunos viajes. 

A pesar de la impaciencia que pueda entrar pensando en el tiempo que pasará hasta lograr reunir la cantidad deseada, es preferible elegir una moneda que resulte posible apartar sin que afecte demasiado a la cantidad de dinero que manejamos en el día a día. Mucha gente guarda calderilla de poco valor. 1, 2 ó 5 céntimos, y aunque todo suma, creo que ahorrar así es un poco desmoralizante porque obviamente se tarda una eternidad en reunir una cantidad interesante. Tampoco es plan guardar billetes gordos, porque van a caer muy pocos en nuestras manos y eso desmoraliza ya desde el propio planteamiento. Algo intermedio es lo ideal. Con paciencia, y dando la tabarra a familiares y amigos para que os guarden monedas, se alcanza el objetivo en menos tiempo de lo que parecía en un principio. 
Y este ha sido el briconsejo de hoy. Espero que sirva para animar a alguien a que empiece a ahorrar.  






19 de octubre de 2014

La delgada línea

Me considero una nostálgica. Se me pone cara de perro pachón cada vez que suena alguna canción de mi juventud, o cuando me encuentro casualmente en la televisión con episodios de alguna serie de las que echaban hace mil años.
Pero me he dado cuenta de que mi nostalgia ha ido cambiando con el  tiempo. Con 30 años recordaba con cariño exclusivamente la música, las películas o la ropa que me gustaba cuando tenía 15, 18 ó 20 primaveras. Ahora me estoy pasando al "todo vale": Tarareo canciones que hace 20 años me daban grima y me enganchan películas "de mi época" que por aquel entonces no hubiese visto ni harta de vino. No quiero mencionar títulos para no herir sensibilidades... y sobre todo porque no estoy preparada para admitir abiertamente según qué cosas. Como por ejemplo, que he visto algún episodio enterito de cierta serie de adolecescentes norteamericanos pijos de los 90.
Disfruto con esos momentos nostálgicos y es entonces cuando me pregunto si en realidad lo que me estaré volviendo es una hortera. 
¿En qué punto, cegada por los recuerdos del pasado, crucé la delgada línea que separa el buen gusto del malo? ¿Me pasa a mí sola?