18 de agosto de 2014

Gran Hermano en el andamio

Que los obreros de todo el mundo lanzan piropos (por decirlo finamente) a toda fémina que se atreva a asomar la nariz en un radio de 50 metros de la obra, es algo habitual. Pero ¿qué se cuece allá arriba, en las alturas? 
En los andamios de la obra que ha reparado la fachada de mi casa durante lo dos últimos meses, los obreros - entre otras cosas - se tiran los tejos unos a otros. Quizás porque es difícil atisbar mujeres desde una sexta planta a través de una malla tupida, quizás porque están casi tan contentos como los vecinos de terminar ya con la puñetera obra o quizás porque tras ocho semanas de verse las caras a diario, la atracción es ya genuina.  
Aunque no estoy pendiente de sus conversaciones, no puedo evitar escuchar algunas de ellas, ya que trabajan junto a mi ventana. A ver si vais a pensar que soy como la vieja'l visillo...   Esto es como el infumable Gran Hermano, pero al revés: los de la casa observando los comportamientos de los del exterior.

Uno de ellos es bastante moreno y tiene los ojos azules, y al pobre chaval le traen loco sus compañeros. Que si "ay! mi gitanazo de ojos azules", que si "ven aquí que mi mujer hace semanas que no me toca"...
Pero también hay desavenencias. Dos de ellos discuten por todo. Uno es un mandón tipo "porque lo digo yo" que no calla ni debajo del agua y el otro - por lo visto - un flojo que no hace caso de nada, va a su rollo y que a menudo se quita el arnés. De momento los insultos son descafeinados: feo, malo, mal compañero, vago, mala persona, grano en el culo, "gilipichi" (...), tocahuevos... Pero van aumentando en frecuencia e intensidad. Si tuvieran que pasar juntos una semana más, estoy segura de que terminarían a puñetazos, y ahí sí que el que trabaja sin arnés llevaría las de perder.  


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