31 de enero de 2015

Quién me mandaría salir de casa...

Una de las cosas que me frenaba cuando hace unos meses me debatía entre empezar un blog personal o no, era la vida tan monótona que llevo últimamente. Ojo: me refiero a la monotonía de la rutina, porque lo que es en casa, no nos aburrimos. Cada día hay alguna historieta. Lo que pasa es que no son interesantes para contar por aquí, porque a) están bien en el momento en el que suceden, después pierden casi toda la gracia y b) ya advertí que este no va a ser un blog "de madres". 
Aún así me las arreglo para que de vez en cuando me pasen cosas un poco surrealistas. Como a casi todo el mundo, supongo. 
Ayer me tocó vivir uno de esos días en los que te preguntas si te persigue un equipo de cámara oculta.
Todo empezó con el primer café de la mañana. Dormitaba entre sorbo y sorbo de pie, frente la ventana de la cocina, cuando la cafeína comenzó a hacer efecto y me dí cuenta de que los vecinos tenían la puerta de la valla del jardín casi arrancada de cuajo, como si alguien le hubiese dado una patada desde el exterior. Casi instintivamente miré hacia la mía, que estaba intacta. Una hora más tarde, cuando salía de casa para llevar al Niño Mayor a la guardería, vi a mi vecino quitando la nieve de su coche... con una fregona. Disimulando mi estupor, me acerqué a preguntarle qué había pasado con su valla, y me contestó: "Ah, nada... ya andaba un poco mal... la debió de arrancar el viento de anoche". No le contesté, pero me quedé pensando que esa noche no había hecho viento - al menos no el suficiente como para arrancar de cuajo una bisagra y astillar una madera. 
Mi mañana transcurrió sin más incidentes... hasta que al mediodía, después de recoger al Niño Mayor de la guardería, paré en una gasolinera muy concurrida a sacar dinero del cajero. Aparqué a pocos metros y de manera que los niños me pudiesen ver en todo momento desde el coche. En el cajero contiguo había un hombre de unos sesenta y pico años con un perro de gran tamaño, un Terranova negro cubierto de nieve. Me dispuse a sacar dinero, cuando noté la cabeza enorme del perro en mi cintura, olisqueándome. El dueño le regañó un poco y se disculpó, pero le dije que no tenía importancia. Me fijé en que la pantalla de mi cajero se había quedado colgada y con mi tarjeta todavía metida. Volví a notar la cabeza del perro rozándome, y me giré para darle unos toquecitos diciéndole: "Holaaa... holaaa...". Me volví de nuevo hacia el cajero, cuya pantalla había recuperado la normalidad, pero mi tarjeta seguía sin salir. Empecé a pulsar botones sin resultado, soltando un par de juramentos, cuando de repente sucedió lo que se me ocurre describir como un oso intentando encaramarse a mi espalda.
Otro Terranova haciendo de las suyas
En un arrebato de cariño, el Terranova se me había subido por detrás. 60 kilos de bola negra peluda y mojada que me estamparon contra el cajero. El dueño tiraba de la correa gritando: "Abajo! Abajo!", y yo sin poder zafarme del bicho, que resoplaba con el morro hundido en mi cogote. En cuestión de segundos (que me parecieron minutos) se acercó un chico y ayudó al hombre a tirar de la correa. "¡Perdona.. perdona!", me decía el dueño cuando consiguieron bajar al perro. Alguno de los presentes (no olvidemos: gasolinera concurrida en hora punta) me miraban horrorizados, otros se mondaban de risa. Recuperando la compostura (y la dignidad) con un sofocón de tres pares de narices, vi que finalmente el cajero había escupido mi tarjeta. La recogí a toda prisa y volví al coche con el abrigo y el pelo húmedos, oliendo a perro mojado. Los niños me miraban ojipláticos. "Mamá, ¿qué hacía el perro?", y yo "Nada, nada...". 
Salimos de allí y en el primer semáforo en rojo, miré distraídamente al vehículo de al lado... una furgoneta desde la que el tío que iba en el asiento del copiloto me sacó una foto con un móvil. 
Lo que digo: hay días que parecen de cámara oculta. 

2 comentarios:

  1. ¡Hay que averiguar lo de la verja! Jajajjajaa, con uve y con jota.

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  2. Jejeje! Tendré que preguntar a la vecina de la casa de mi izquierda, que tiene el barrio y buena parte de la periferia controlados, qué sabe de la verja (con uve y jota) de los vecinos de mi derecha.

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