8 de enero de 2015

Todo a medias

Aquí estoy otra vez.
Como conté en la entrada anterior, terminé el año empezando un proyecto-experimento en el otro blog, y ya tengo mucha curiosidad por saber por dónde va a salir. Es que soy un poco cagaprisas para casi todo.
Ya no comienzo los años con propósitos porque no los llevo a cabo, así que a ver si terminando el año con planes, cambia la historia. Bueno, la que debería de cambiar soy yo y ceñirme a lo que me propongo. Lo que pasa es que es muy difícil dejar de hacer de golpe y porrazo lo que ya se ha convertido en una costumbre de toda la vida. Porque dejo las cosas a medias desde que tengo memoria. Dicen que los niños de ahora apenas tienen tiempo libre con tanta actividad extraescolar, pero al menos mi infancia, que transcurrió allá por la década de los 80, no tiene nada que envidiar. Para muestra, un botón. Estas son las actividades que recuerdo haber hecho obligada por mis padres (aunque ellos ahora lo nieguen y digan que todas fueron "cosa mía"): 

- Natación. Un desastre. Me apuntaron cuando tenía unos 5 años, junto con mi hermano que tenía poco más de 3, y para que os hagáis una idea, lo poco que recuerdo es que en cuanto le metían en el agua se ponía a berrear de tal manera agarrado al bordillo de la piscina, que me hacía llorar a mí, y el monitor ya no podía hacernos entrar en razón a ninguno de los dos. Al final acabó enseñándome a nadar mi padre. Mejor dicho, a flotar, porque lo que es nadar, nado como los perros.

- Solfeo. De esto recuerdo tres cosas: 
 1) Que mi padre era quien tenía ilusión por aprender música, así que nos matriculó a él y a mí en el Conservatorio, porque decía que así íbamos juntos y que "qué bonito sería que yo supiera tocar el piano". Tal cual.

2) Que me mandaron a clases particulares de piano, y después de unos meses, la profesora le dijo a mi padre que yo no tenía aptitudes y que ya de entrada, tenía los dedos cortos. Nunca antes había sido consciente de la (inexistente) largura de mis dedos, pero sí es verdad que sudaba tinta para tocar el teclado a la velocidad adecuada. Al final esto jugó a mi favor, porque dejé las lecciones.
  
2) Que yo odié el solfeo desde el primer día, y cuando llegué a mitad del cuarto curso me planté y dije que eso no era para mí, y que además ya estaba muy ocupada con los deberes del cole y las clases particulares de inglés (de las que hablaré más abajo).

- Tenis. Esto vino justo después de dejar el solfeo, porque en mi casa reinaba la máxima de que "algo hay que hacer después de salir del colegio". Mi padre - él, una vez más- ha sido siempre muy deportista, y durante años jugó al fútbol y al tenis con regularidad. Se ve que el tenis le pareció un deporte más femenino adecuado para mí, así que me apuntó a un curso cuando tenía 13 años. Ahí sí que empecé con cierta ilusión... hasta que me di cuenta de que no solo era la única chica y la abuela del grupo de 8 ó 10 aprendices que rondaban los 9 años, sino que a pesar de ser más alta que todos ellos, cuando el profesor nos hacía competir, los pequeñajos me metían unas palizas impresionantes a la par que humillantes. Una vez más, me negué en redondo a continuar.

- Idiomas. La verdad es que ir a las academias para aprender inglés no me ha importado en absoluto, porque me encanta el idioma. Pero nunca completé los ciclos hasta conseguir un certificado o lo que fuese que ofrecía el centro de turno. El único Título Superior de inglés que tengo (que ya ni siquiera se llama así) es el de la Escuela Oficial de Idiomas, pero nunca fui a las clases. Lo que sí hice fue un par de años de francés, pero también abandoné.

- Mecanografía. Fuí siendo bastante jovencita, pero creo que duré dos semanas... por la misma razón por la que tuve que dejar el piano.

- Japonés. Fui a clase un año. El profesor no hablaba español, y los alumnos nos medio-entendíamos con él en inglés. Al final del primer año nos dijo que aunque completásemos los tres que comprendían el curso, no se alcanzaba un nivel suficiente para desenvolverse en japonés. Pues a otra cosa, mariposa.

Es probable que se me haya quedado alguna actividad en el tintero porque mi cerebro se niega a desenterrar de la memoria ciertas experiencias todavía más patéticas que las que os he contado. 
Pero bueno, volviendo al tema del principio, procuraré ir cambiando poco a poco y auto-animarme para que ese proyecto del blog salga adelante de alguna manera. También me estoy intentando poner mínimamente al día de lo que se cuece en internet respecto a SEO, blogs, aplicaciones y otros rollos patateros similares de los que llevo bastante tiempo desconectada. Con los niños sueltos por casa es complicado encontrar ratos perdidos de paz y tranquilidad para centrarme, pero espero no acabar tirando la toalla, porque ese tema me gusta. Crucemos los dedos - los veinte.

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